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Desde Catalina la Grande a Putin: la historia de la vacunación en Rusia

Por Camila Orellana En 1957 el mundo tecnológico y científico fue revolucionado cuando, en lo que aún era la Unión Soviética, el Sputnik 1 fue lanzado al espacio exterior, convirtiéndose en el primer satélite artificial en orbitar con éxito nuestro planeta. Hoy, más de 60 años después, otro Sputnik promete transformar al mundo. El día […]

Por Camila Orellana

En 1957 el mundo tecnológico y científico fue revolucionado cuando, en lo que aún era la Unión Soviética, el Sputnik 1 fue lanzado al espacio exterior, convirtiéndose en el primer satélite artificial en orbitar con éxito nuestro planeta. Hoy, más de 60 años después, otro Sputnik promete transformar al mundo.

El día 11 de agosto el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, anunció el registro de la primera vacuna contra el Covid-19 del mundo: la Sputnik V. De esta forma, esta tan ansiada vacuna promete inmunidad por dos años y podría empezar a suministrarse desde principios del 2021.

En el anuncio el mandatario aseguró la eficacia de la vacuna, incluso informando que una de sus hijas participó en las pruebas humanas, recibiendo la vacuna y ejemplificando así la supuesta seguridad de esta.

Sin embargo, de inmediato científicos de todo el mundo, incluyendo a la Organización Mundial de la Salud, han criticado al país eslavo por este lanzamiento tan sorpresivo. Y aunque desde el gobierno y el ministerio de salud han calificado como infundadas los cuestionamientos internacionales, las dudas persisten.

Sin embargo, esta no ha sido la primera vez que Rusia ha suscitado revuelo en el mundo por sus políticas y deseos inmunológicos en medio de una pandemia.

Una Vacunación Imperial

Cuando Catalina la Grande se convirtió en zarina en 1762, Rusia aún era un país pobre y atrasado, con altas tasas de mortalidad por enfermedades como la viruela, qué arrasó con millones de campesinos y nobles en toda Europa.

Fascinada por las ciencias y preocupada por su salud y la de su único heredero, Catalina decidió llamar a su corte al doctor inglés Thomas Dimsdale, con el propósito de que se le realizará una variolación, proceso que consistía en colocar material organico infectado con viruela en el cuerpo de una persona sana con el propósito de generar lo que hoy conocemos como inmunidad.

Catalina, quien se negó a cualquier prueba en terceros, pretendía hacer de sí misma y de su hijo un ejemplo para su corte y pueblo, asegurando que el proceso era completamente seguro. Finalmente, a pesar de las críticas de su séquito, el escepticismo de sus pares, y las reservas de Dimsdale, en 1768, Catalina y su hijo Pablo, fueron inoculados, ambos con excelentes resultados.

Tras el éxito de esta hazaña el patrocinio de la inoculación por parte de la familia imperial se volvió tradición. A principios del siglo XIX, el zar Alejandro I apoyó un extenso plan para expandir el uso de vacunas en todo el imperio, mientras que su madre, la emperatriz María Feodorovna, extendió su uso en los orfanatos, proyectando la imagen de paternalismo tradicional del zarismo con su pueblo.

Incluso después de la caída de la Rusia imperial, con el establecimiento de la URSS, el gobierno recién formado tomó medidas para erradicar la viruela, con un decreto firmado directamente por Vladimir Ilich Lenin haciendo la vacunación contra la viruela obligatoria. De esta manera, la viruela fue prácticamente eliminada en el país más grande del mundo para el año 1936.

Polio y la Guerra Fría

Tras la Segunda Guerra Mundial, mientras el mundo vivía en constante tensión por el antagonismo entre un mundo bipolar, tanto Rusia como Estados Unidos enfrentaban a la vez un enemigo más silencioso: polio. Considerada una enfermedad extremadamente contagiosa, con una tasa de mortalidad de hasta 10%, su erradicación se volvió una prioridad nacional para ambas potencias

En Estados Unidos el médico y virólogo Jonas Salk diseñó una vacuna con virus muerto contra el polio y comenzó a realizar pruebas en humanos a partir de 1952, durante el peak de la pandemia en su país. Solo tres años después el Servicio de Salud Pública de EE. UU. emitió una licencia de producción.

Sin embargo, poco tiempo después, el Dr. Albert Sabin, virólogo polaco-americano, introdujo una nueva vacuna, creada con cepas atenuadas de la poliomielitis. Esta nueva vacuna que era más eficiente y económica causó revuelo en el mundo científico pero no contaba con permisos para realizar pruebas masivas o con apoyo gubernamental para reemplazar la vacuna anterior.

Viendo esto Mikhail Chumakov, Marina Voroshilova y Anatoly Smorodintsev, virologos soviéticos, viajaron a Estados Unidos para trabajar con Sabin. Con autorización del FBI el grupo de científicos regresó a Leningrado con la vacuna en 1956, donde finalmente comenzaron a probarla en 1959 en millones de niños, incluyendo sus propios hijos.

A pesar de que los resultados fueron alentadores, la desconfianza potenciada por las tensiones de la Guerra Fría causó que fuesen recibidos con escepticismo en occidente. De la misma forma que los soviéticos no confiaban en la vacuna estadounidense, los estadounidenses tenían reservas similares sobre la vacuna rusa.

Sin embargo, la OMS pronto se mostró a favor de proceder con ensayos a gran escala y ya a mediados de la década de los 60 se convirtió en la vacuna antipoliomielítica favorita en todo el mundo, incluyendo en el país norteamericano.

¿Victoria a Medias?

Según Christian Castro, licenciado en Bioquímica de la Universidad Católica de Chile y socio de la Asociación Chilena de Periodistas y Profesionales para la Comunicación de la Ciencia, las principales críticas se deben que Rusia no ha completado los ensayos extensivos para probar su seguridad, siendo suministrada a menos de cien personas: “Esto ni siquiera es la finalización de la Fase 1”, afirma. Por otro lado, no existe suficiente información publicada sobre sus efectos en el sistema inmune de los involucrados.

Para el bioquímico las consecuencias que podría provocar una eventual falla de la vacuna podrían ser increíblemente perjudiciales, no solo en Rusia. “Puede generar una falsa sensación de seguridad y por otro lado podría producir que las personas que se inyecten igual presenten la enfermedad, incluso en un cuadro más grave”, afirma.

Además, argumenta que si la vacuna rusa llegara a fallar incluso podría tener un impacto sociocultural: “Ciertos grupos antivacunas podrían escudarse en esto para hacer campaña en contra de la vacunación en general”.

Por eso, a pesar de la supuesta victoria rusa en la carrera por librar al mundo del Covid-19, el escepticismo en la que se ha visto envuelta la vacuna podría ponerla en jaque desde el comienzo. La falta de revisión por pares y el nulo conocimiento sobre la composición final de esta solo han servido para generar aún más desconfianza en la comunidad internacional.

Como afirmó Svetlana Zavidova, líder de la Asociación de Organizaciones de Investigación Clínica en Rusia, para un artículo de la revista Science: “El registro acelerado no convertirá a Rusia en un líder en esta carrera, solo expondrá a los usuarios finales de la vacuna, ciudadanos de la Federación de Rusia, a un peligro innecesario”.

Según autoridades rusas, a la fecha ya se han vendido más de mil millones de dosis en veinte países.